Pero, no siempre fue así. Deja que te cuente cómo empezó todo.
Crecí entre cortinas pesadas, muebles Luis XV y tapices brocados. Mi casa era como un mini Palacio de Versalles. ¡Sentía que el espacio me cargaba! Y ni hablar el momento de hacer la limpieza. Desde entonces, empecé a cuestionarme si era posible vivir en entornos menos complicados. Pasaba horas muertas hojeando revistas, analizando cómo vivían otras personas.

Después de terminar la carrera de Arquitectura y trabajar algunos años, me fui a España a realizar un máster en Diseño interior. Los años allí fueron mi verdadera escuela. Aprendí a tomar el control de los objetos a mi alrededor.
El armario que compartía con mi esposo era la mitad del armario de soltera. Así que trasladé muchas de mis pertenencias a otra habitación. Al cabo del tiempo, me di cuenta de que sólo usaba el 20% de mi ropa y me reté a donarlas. Luego trasladé el concepto a todas las áreas de mi vida.
Descubrí cómo reduciendo los objetos que no usaba, me sentía más ligera y plena. Ganaba más espacio para concentrarme en lo esencial: las experiencias y relaciones. Recuerdo que mis amigas me decían que me había vuelto loca. Sin embargo, meses después ya estaban pidiéndome consejos de cómo simplificar y organizar el hogar.

Siento que no hay peor sentimiento que buscar algo entre un montón de cosas. Es abrumador saber que tienes algo y no saber dónde está. Por eso, durante los últimos años, me he propuesto ayudar e inspirar a otros a vivir en hogares más prácticos y funcionales. William Morris lo decía así: “No tengas nada en tu casa que no sepas que sea útil o que creas que es hermoso".
